Romancero

El romancero es el conjunto o colección de poemas narrativos breves denominados romances. Los romances son composiciones épico-líricas formadas por una serie indefinida de versos octosílabos con rima asonante en los versos pares.

Ejemplos de romances:

  • “Romance de doña Urraca”, anónimo
  • “Romance de la linda Melisenda”, anónimo
  • “Romance de cómo el Cid vengó a su padre”, anónimo

El romancero es una recopilación de romances populares de España y Latinoamérica. Este tipo de poemas tienen la particularidad de ser narrativos y, generalmente, están centrados en eventos históricos, leyendas, hazañas heroicas, amoríos o sucesos populares.

El primer estudioso moderno de los romances fue el filólogo español Ramón Menéndez Pidal, quien se dedicó a recopilar, clasificar y analizar este tipo de poesía. Él sostuvo que los primeros romances aparecieron en el siglo XIV y se originaron a partir de episodios centrales de los cantares de gesta que encantaban al público y, por eso, eran recitados separadamente por los juglares hasta que se convirtieron en poemas autónomos.

Los primeros romances puestos por escrito datan del siglo XV y recién durante el siglo XVI aparecieron los primeros cancioneros y recopilaciones. A finales del siglo XVI surgió un nuevo tipo de romance de origen culto, de la mano de autores como Luis de Góngora, Francisco de Quevedo o, más adelante, Federico García Lorca.

Características del romancero

El romancero es una colección de romances, un tipo de poesía narrativa tradicional en España y en los países de habla hispana. Algunas de sus características son:

  • Origen. El origen de los primeros romances es tradicional y, dado su carácter oral, es difícil fijar su cronología. Los estudiosos coinciden en que los primeros romances conocidos datan del siglo XIV.
  • Temas. Los temas de los poemas que componen el romancero son diversos. Entre los tipos de romances más importantes destacan los romances épicos, que se desprenden de los cantares de gesta que cantaban las hazañas de los héroes; los romances históricos, que nacían para propagar sucesos históricos, y los romances novelescos o de aventuras, vinculados a leyendas tradicionales o episodios emocionantes.
  • Estructura. Los romances presentan una estructura fija de versos octosílabos con rima asonante en los versos pares. Su extensión es variable, pueden incorporar estribillos y diálogos y muchas veces presentan un final repentino.
  • Recursos líricos. Los romances tradicionales se caracterizan por un lenguaje sencillo y directo, resultado de su transmisión oral. No suelen emplear un lenguaje rebuscado, sino que se centran en la claridad y la expresión concisa. Algunos de los recursos líricos más utilizados son la enumeración, la antítesis, las repeticiones y las anáforas.

Romancero viejo

El romancero viejo es el conjunto de todos los romances que aparecieron hasta el siglo XV. Se originaron en la Edad Media, tienen autor anónimo y fueron transmitidos oralmente a lo largo de la historia. Estos romances tienen raíces profundas en la cultura popular y narran eventos históricos, legendarios, tragedias amorosas y otros relatos populares.

Se suele dividir a los poemas pertenecientes al romancero viejo en tres categorías:

  • Romances históricos. Fueron creados para propagar sucesos históricos y noticias importantes. Entre ellos se encuentran los romances fronterizos o moriscos, que cuentan la historia de la guerra contra el reino de Granada desde el punto de vista de los moros, haciendo foco en su valentía, sus amores y su pérdida.
  • Romances épicos o literarios. Son herederos de los cantares de gesta españoles y franceses. Sus protagonistas suelen ser héroes, como el Cid, Carlomagno o Roldán.
  • Romances novelescos o de aventuras. Están relacionados con temas propios de la tradición popular vinculados a leyendas antiguas y temas amorosos.

Romancero nuevo

El romancero nuevo es el conjunto de los romances escritos a partir del siglo XVI y que tienen un autor conocido. Durante todo ese siglo, los poetas cultos compusieron romances de diversos temas: pastoril, amoroso, satírico, morisco, histórico, entre otros.

Algunos autores como Lope de Vega incorporaron estos poemas a sus obras de teatro, dándoles mayor trascendencia. Más adelante, durante el Barroco, grandes escritores como Luis de Góngora o Francisco de Quevedo también escribieron romances que hablan del paso del tiempo y de la fugacidad de las cosas.

Ejemplos de romances

Romancero viejo

  1. “Romance del enamorado y la muerte”, de autor anónimo

Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca,
muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante:
la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
—Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.

Muy deprisa se calzaba,
más deprisa se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
—¡Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare.
mis trenzas añadiría.

La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida.

  1. “Romance de Fonte-Frida y con amor”, de autor anónimo

Fonte-frida, Fonte-frida,
Fonte-frida y con amor,
do todas las avecicas
van tomar consolación,
si no es la Tortolica,
que está viuda y con dolor
Por allí fuera a pasa
el traidor de Ruiseñor;
las palabras que le dice
llenas son de traición:
—Si tú quisieses, señora,
yo sería tu servidor.
—Vete de ahí, enemigo,
malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde
ni en prado que tenga flor;
que si el agua hallo clara,
turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido
porque hijos no haya, no;
no quiero placer con ellos,
ni menos consolación.
¡Déjame, triste enemigo,
malo, falso, ruin, traidor,
que no quiero ser tu amiga
ni casar contigo, no!

  1. “Romance del Infante Arnaldos”, de autor anónimo

¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,
la ejarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.
Marinero que la guía,
diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar;
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.

Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
—Por tu vida, el marinero,
digasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
—Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.

  1. “Romance del prisionero”, de autor anónimo

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.

  1. “Romance de la conquista”, de autor anónimo

Paseábase el rey moro
por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarrambla.
«¡Ay de mi Alhama!»
Cartas le fueron venidas
que Alhama era ganada:
las cartas echó en el fuego,
y al mensajero matara.
«¡Ay de mi Alhama!»
Descabalga de una mula,
y en un caballo cabalga;
por el Zacatín arriba
subido se había al Alhambra.
«¡Ay de mi Alhama!»
Como en el Alhambra estuvo,
al mismo punto mandaba
que se toquen sus trompetas,
sus añafiles de plata.
«¡Ay de mi Alhama!»
Y que las cajas de guerra
apriesa toquen al arma,
porque lo oigan sus moros,
los de la Vega y Granada.
«¡Ay de mi Alhama!»
Los moros que el son oyeron
que al sangriento Marte llama,
uno a uno y dos a dos
juntado se ha gran batalla.
«¡Ay de mi Alhama!»
Allí habló un moro viejo,
de esta manera hablara:
—¿Para qué nos llamas, rey,
para qué es esta llamada?—
«¡Ay de mi Alhama!»
—Habéis de saber, amigos,
una nueva desdichada:
que cristianos de braveza
ya nos han ganado Alhama.
«¡Ay de mi Alhama!»
Allí habló un alfaquí
de barba crecida y cana:
—¡Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara!
«¡Ay de mi Alhama!»
Mataste los Bencerrajes,
qu’eran la flor de Granada;
cogiste los tornadizos
de Córdoba la nombrada.
«¡Ay de mi Alhama!»
Por eso mereces, rey,
una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino,
y aquí se pierda Granada.—
«¡Ay de mi Alhama!»

Romancero nuevo

  1. “Amada pastora mía…”, de Lope de Vega

«-Amada pastora mía,
tus descuidos me maltratan,
tus desdenes me fatigan,
tus sinrazones me matan.
A la noche me aborreces
y quiéresme a la mañana;
ya te ofendo a medio día,
ya por la tarde me llamas;
agora dices que quieres,
y luego que te burlabas,
ya ríes mis tibias obras,
ya lloras por mis palabras.
Cuando te dan pena celos
estás más contenta y cantas;
y cuando estoy más seguro
parece que te desgracias.
A mi amigo me maldices
y a mi enemigo me alabas;
si no te veo me buscas,
y si te busco te enfadas.
Partíme una vez de ti,
lloraste mi ausencia larga,
y agora que estoy contigo
con la tuya me amenazas.
Sin mar ni montes en medio,
sin peligro ni sin guardas,
mar, montes y guardas tienes
con una palabra airada.
Las paredes de tu choza
me parecen de montaña,
un mar el llegar a vellas
y mil gracias tus desgracias.
Como tienes en un punto
el amor y la mudanza,
pero bien le pintan niño,
poca vista y muchas alas.
Si Filis te ha dado celos,
el tiempo te desengaña,
que como ella quiere a uno
pudo por otra dejalla.
Si el aldea lo murmura,
siempre la gente se engaña,
y es mejor que tú me quieras
aunque ella tenga la fama.
Con esto me pones miedo
y me celas y amenazas:
si lloras, ¿cómo aborreces?
y si burlas, ¿cómo amas?-».
Esto Belardo decía
hablando con una carta,
sentado al pie de un olivo
que el dorado Tajo baña.

  1. “Romance 11”, de Luis de Góngora

¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua!

Mozuelas las de mi barrio,
loquillas y confiadas,
mirad no os engañe el tiempo,
la edad y la confianza.
No os dejéis lisonjear
de la juventud lozana,
porque de caducas flores
teje el tiempo sus guirnaldas
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua!

Yo sé de una buena vieja
que fue un tiempo rubia y zarca,
y que al presente le cuesta
harto cara el ver su cara;
porque su bruñida frente
y sus mejillas se hallan
más que roquete de obispo
encogidas y arrugadas.
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua!

Y sé de otra buena vieja
que un diente que le quedaba
se lo dejó esotro día
sepultado en unas natas;
y con lágrimas le dice:
"Diente mío de mi alma,
yo sé cuándo fuistes perla,
aunque ahora no sois nada.
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua!

Por eso, mozuelas locas,
antes que la edad avara
al rubio cabello de oro
convierta en luciente plata,
quered cuando sois queridas,
amad cuando sois amadas;
mirad, bobas, que detrás
se pinta la ocasión calva.
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
que se nos va la Pascua!

  1. “Romance”, de Francisco de Quevedo

Pésame, señora mía,
de ver a vuestra merced
hoy de plata, sin ser niña,
y niña de plata ayer.
A pesar del artificio, el padre Matusalén
ha introducido en su cara
mucha cáscara de nuez.
Las arrugas de la frente
son rodadas a mi ver
de la carrera del tiempo
y la huella de sus pies.
Bien haya el hoy que me vengó de ayer.
La habla desempedrada
puesto silencio al morder,
tocando están a la queda,
al gusto y al interés.
Lo que a una muerta sisaron, es la pompa de su sien;
la rizan el chapitel
sobras de la sepultura.
Tiritar puede de frío
en el más nevado mes,
pero dar diente con diente
no lo quiero conocer.
La que tuvo Juanetines
y Don Juanes a sus pies,
ya con los juanetes solos
en malos pasos la ven.

  1. “Romance”, de Francisco Luis Bernárdez

Aquellas cosas profundas
que yo apenas entendía.
desde que el amor las nombra
me parecen cristalinas.
Aquel tiempo de otro tiempo,
que sin gloria transcurría,
desde que el amor lo empuja
tiene lo que no tenía.
Aquella voz apagada
es una voz encendida
desde que el amor de fuego
su fervor le comunica.
Aquella frente desierta.
aquella frente perdida.
está mucho menos sola
desde que el amor la habita.
Aquellos ojos cerrados
están abiertos y miran
desde que el amor les muestra
riquezas desconocidas.
Aquellas manos desnudas
ya no son manos vacías
desde que el amor las llena
con su propia maravilla.
Aquellos pasos sin rumbo.
aquellos pasos sin vida.
ya tienen rumbo seguro
desde que el amor los guía.
Aquel corazón oscuro
luce una luz infinita
desde que el amor lo alumbra
con su verdadero día.
Aquel pobre entendimiento
tiene una fuerza más limpia
desde que el amor lo inflama.
desde que el amor lo anima.
Aquella pluma de siempre
vive una vida más viva
desde que el amor la mueve,
desde que el amor la inspira.
Aquel mundo sin objeto
tiene una razón precisa
desde que el amor eterno
lo sustenta y justifica.
Aquella vida de antaño
responde a peso y medida
desde que el amor confunde
su existencia con la mía.

Referencias

  • A.A.V.V. (1982). Romances viejos y romances nuevos. Colihue.
  • Menéndez Pidal, R. (1969). Flor nueva de romances viejos. Austral.
  • Rico, F. (1980). Historia y crítica de la literatura española. Crítica.

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Travi, Catalina (29 de febrero de 2024). Romancero. Enciclopedia del Lenguaje. Recuperado el 6 de octubre de 2024 de https://lenguaje.com/romancero/.

Sobre el autor

Autor: Catalina Travi

Profesora en Letras (Universidad Católica Argentina)

Revisado por: Inés Iraeta

Licenciada en Comunicación Periodística (Universidad Católica Argentina)

Última edición: 29 de febrero de 2024

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