La generación del 50 fue un grupo de escritores españoles nacidos entre 1924 y 1938, y que publicó sus obras durante 1950, después de la guerra civil española (1936-1939). También llamada generación del medio siglo o de los niños de la guerra, apostó por una literatura intimista y estética que poco a poco se acercó a la poesía social.
Se alejó de las corrientes tanto garcilasistas como existencialistas de la generación del 36, para unir la reivindicación social con una poesía filosófica y reflexiva con preocupaciones éticas. Si bien el grupo no participó de la guerra, sufrió sus consecuencias directas.
Temas de la generación del 50:
Cada uno de los escritores de la generación del 50 siguió una trayectoria individual, sin embargo, se detectan ciertos temas comunes:
- El fluir del tiempo, que muestra la fugacidad de la vida y se evoca con nostalgia el paraíso perdido de la infancia y la adolescencia.
- El amor como experiencia individual y también la amistad, que unió a muchos de sus integrantes.
- La creación y la metapoesía como reflexión acerca de la poesía.
- Ver además: Corrientes literarias
Características de la generación del 50
Las principales características de la poesía y la narrativa de la generación del 50 fueron:
- Realismo crítico. Impregnó sus obras de una crítica social a la vida política de la España de la posguerra, pero sin descuidar lo estético.
- Estilo intimista. Creó un tipo de poesía reflexiva y filosófica, enfocada en la experiencia personal referente al contexto español.
- Poesía social. Desarrolló una poesía de corte narrativo que tendió a no separar la lengua poética de la hablada, con elementos de denuncia y la aplicación del verso libre.
- Lenguaje cuidado. Apostó por un tipo de lenguaje pulcro, comunicativo y más directo, sin ser academicista.
- Machado como referente. Reconoció a Antonio Machado como su referente poético.
- Tono irónico y sarcástico. Utilizó un tono humorístico para caracterizar las realidades sociales e históricas de España.
Autores y obras de la generación del 50
Los autores de la generación del 50 se agruparon en círculos divididos por región y afinidad. Estos son algunos de sus principales representantes:
Madrid
- Ángel González (1925-2008). Áspero mundo (1956) y Grado elemental (1962).
- Ignacio Aldecoa (1925-1969). Con el viento solano (1956) y Caballo de Pica (1961).
- José Ángel Valente (1929-2000). A modo de esperanza (1955) y Poemas a Lázaro (1960).
- Claudio Rodríguez (1934-1999). Don de la ebriedad (1953) y Conjuros (1958).
- Francisca Aguirre (1930-2019). Ítaca (1972) y Los trescientos escalones (1979).
- Francisco Brines (1932-2021). Palabras a la oscuridad (1966) y Aún no (1975).
Barcelona
- Carlos Barral (1928-1989). Las aguas reiteradas (1952) y Metropolitano (1957).
- Jaime Gil de Biedma (1929-1990). Según sentencia del tiempo (1953) y Compañeros de viaje (1959).
- José Agustín Goytisolo (1928-1999). Salmos al viento (1956) y Claridad (1959).
Andalucía
- José Manuel Caballero Bonald (1926-2021). Memorias de poco tiempo (1954) y Las horas muertas (1959).
- María Victoria Atencia (1931). Arte y parte (1961) y Cañada de los ingleses (1961).
Lecturas
- “Elegido por aclamación” en Grado elemental (1962), de Ángel González
Sí, fue un malentendido.
Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! —dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.El deseo popular será cumplido.
A partir de esta hora soy —silencio—
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.
- “El baile de Águedas” en Conjuros (1998), de Claudio Rodríguez
Veo que no queréis bailar conmigo
y hacéis muy bien. ¡Si hasta ahora
no hice más que pisaros, si hasta ahora
no moví al aire vuestro estos pies cojos!
Tú siempre tan bailón, corazón mío.(...) Ya están ahí, ya vienen
por el raíl con sol de la esperanza
hombres de todo el mundo! Ya se ponen
a dar fe de su empleo de alegría
¿Quién no esperó la fiesta?
¿Quién los días del año
no los pasó guardando bien la ropa,
para el día de hoy? Y ya ha llegado.(...)¡Venid, bailad conmigo, que ya puedo
arrimar la cintura bien, que puedo
mover los pasos a vuestro aire hermoso!¡Águedas, aguedicas,
decidles que me dejen
bailar con ellos, que yo soy del pueblo,
soy un vecino más, decid a todos
que he esperado este día
toda la vida! Oídlo.Óyeme tú, que ahora
pasas al lado mío y un momento,
sin darte cuenta, miras a lo alto
y a tu corazón baja
el baile eterno de Águedas del mundo,
óyeme tú, que sabes
que se acaba la fiesta y no la puedes
guardar en casa como un limpio apero,
y se te va, y ya nunca…
tú, que pisas la tierra
y aprietas tu pareja, y bailas, bailas.
- “No os confundais” en Los trescientos escalones (1979), de Francisca Aguirre
A Justo Jorge Padrón
Y cuando ya no quede nada
tendré siempre el recuerdo
de lo que no se cumplió nunca.
Cuando me miren con áspera piedad
yo siempre tendré
lo que la vida no pudo ofrecerme.
Creedme:
Todo lo que pensáis que fue destrozo y pérdida
no ha sido más que conjetura.
Y cuando ya no quede nada
siempre tendré lo que me fue negado.
No os confundáis: con lo que nunca tuve
puedo llenar el mundo palmo a palmo.
Tanto miedo tenéis que no habéis advertido
la riqueza que se oculta en la pérdida.
Desdichados,
poca ganancia es la vuestra
si nunca habéis perdido nada.
Yo sí he perdido:
Yo tengo, como el náufrago,
toda la tierra esperándome.
- Fragmento de “¿Con quién haré el amor?” en Aún no (1975), de Francisco Brines
A Juan Luis Panero
En este vaso de ginebra bebo
los tapiados minutos de la noche,
la aridez de la música, y el ácido
deseo de la carne. Sólo existe,
donde el hielo se ausenta, cristalino
licor y miedo de la soledad.
Esta noche no habrá la mercenaria
compañía, ni gestos de aparente
calor en un tibio deseo. Lejos
está mi casa hoy, llegaré a ella
en la desierta luz de madrugada,
desnudaré mi cuerpo, y en las sombras
he de yacer con el estéril tiempo.
- “Mere Road” en Palabras a la oscuridad (1966), de Francisco Brines
A Felicidad Blanc
Todos los días pasan,
y yo los reconozco. Cuando la tarde se hace oscura,
con su calzado y ropa deportivos,
yo ya conozco a cada uno de ellos, mientras suben en grupos o aislados,
en el ligero esfuerzo de la bicicleta.
y yo los reconozco, detrás de los cristales de mi cuarto.
Y nunca han vuelto su mirada a mí,
y soy como algún hombre que viviera perdido en una casa de una extraña ciudad,
una ciudad lejana que nunca han conocido,
o alguien que, de existir, ya hubiera muerto
o todavía ha de nacer;
quiero decir, alguien que en realidad no existe.
Y ellos llenan mis ojos con su fugacidad,
y un día y otro día cavan en mi memoria este recuerdo
de ver cómo ellos llegan con esfuerzos, voces, risas, o pensamientos silenciosos, o amor acaso.
Y los miro cruzar delante de la casa que ahora enfrente construyen
y hacia allí miran ellos,
comprobando cómo los muros crecen,
y adivinan la forma, y alzan sus comentarios cada vez,
y se les llena la mirada, por un solo momento, de la fugacidad de la madera y de la piedra.
Cuando la vida, un día, derribe en el olvido sus jóvenes edades,
podrá alguno volver a recordar, con emoción, este suceso mínimo
de pasar por la calle montado en bicicleta, con esfuerzo ligero y fresca voz.
Y de nuevo la casa se estará construyendo, y esperará el jardín a que se acaban estos muros
para poder ser flor, aroma, primavera,
(y es posible que sienta ese misterio del peso de mis ojos,
de un ser que no existió,
que le mira, con el cansancio ardiente de quien vive,
pasar hacia los muros del colegio),
y al recordar el cuerpo que ahora sube
solo bajo la tarde,
feliz porque la brisa le mueve los cabellos,
ha cerrado los ojos
para verse pasar, con el cansancio ardiente de quien sabe
que aquella juventud fue vida suya.
Y ahora lo mira, ajeno, cómo sube
feliz, encendiendo la brisa,
y ha sentido tan fría soledad
que ha llevado la mano hasta su pecho,
hacia el hueco profundo de una sombra.
- Fragmento de “La despedida” en Caballo de Pica (1961), de Ignacio Aldecoa
(...) Los ocupantes del departamento volvieron las cabezas. Forcejeaba, jadeante, un hombre en la puerta. El jadeo se intensificó. Dos de los hombres del departamento le ayudaron a pasar la cesta y la maleta de cartón atada con una cuerda. El hombre se apoyó en el marco y contempló a los viajeros. Tenía una mirada lenta, reflexiva, rastreadora. Sus ojos, húmedos y negros como limacos, llegaron hasta su cesta y su maleta, colocadas en la redecilla del portamaletas, y descendieron a los rostros y a la espera, antes de que hablara. Luego se quitó la gorrilla y sacudió con la mano desocupada su blusa.
—Salud les dé Dios —dijo, e hizo una pausa—. Ya no está uno con la edad para andar en viajes.
Pidió permiso para acercarse a la ventanilla y todos encogieron las piernas. La mujer mayor suspiró protestativamente y al acomodarse se estiró buchona.
—Perdone la señora.
Bajo la ventanilla, en el andén, estaba una anciana acurrucada, en desazonada atención. Su rostro era apenas un confuso burilado de arrugas que borroneaba las facciones, unos ojos punzantes y unas aleteadoras manos descamadas.
—¡María! —gritó el hombre—. Ya está todo en su lugar.
—Siéntate, Juan, siéntate —la mujer voló una mano hasta la frente para arreglarse el pañuelo, para palpar el sudor del sofoco, para domesticar un pensamiento—. Siéntate, hombre. (...)
—Falta que descarguen. Cuando veas al hijo de Manuel le dices que le diga a su padre que estoy en la ciudad. No le cuentes por qué.
—Ya se enterará.
—Cuídate mucho, María. Come.
—No te preocupes. Ahora, siéntate. Escríbeme con lo que te digan. Ya me leerán la carta.
—Lo haré, lo haré. Ya verás cómo todo saldrá bien.
El hombre y la mujer se miraron en silencio. La mujer se cubrió el rostro con las manos. Pitó la locomotora. Sonó la campana de la estación. El ruido de los frenos al aflojarse pareció extender el tren, desperezarlo antes de emprender la marcha.
—¡No llores, María! —gritó el hombre—. Todo saldrá bien.
—Siéntate, Juan —dijo la mujer, confundida por sus lágrimas—. Siéntate, Juan —y en los quiebros de su voz había ternura, amor, miedo y soledad.
El tren se puso en marcha. Las manos de la mujer revolotearon en la despedida. Las arrugas y el llanto habían terminado de borrar las facciones.
—Adiós, María. (...)
—¿Va usted a que le operen
Entonces el anciano bebió de la bota, aceptó el tabaco y comenzó a contar. Sus palabras acompañaban a los campos.
—La enfermedad…, la labor…, la tierra…, la falta de dinero…; la enfermedad…, la labor…, la tierra…; la enfermedad… la labor…; la enfermedad… La primera vez, la primera vez que María y yo nos separamos…
Sus años se sucedían monótonos como un traqueteo.
- “No volveré a ser joven” en Poemas póstumos (1968), de Jaime Gil de Biedma
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde:
como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
—envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
- “Noche triste de octubre” en Moralidades (1959), de Jaime Gil de Biedma
Definitivamente
parece confirmarse que este invierno
que viene, será duro.
Adelantaron
las lluvias, y el Gobierno,
reunido en consejo de ministros,
no se sabe si estudia a estas horas
el subsidio de paro
o el derecho al despido,
o si sencillamente, aislado en un océano,
se limita a esperar que la tormenta pase
y llegue el día, el día en que, por fin,
las cosas dejen de venir mal dadas.En la noche de octubre,
mientras leo entre líneas el periódico,
me he parado a escuchar el latido
del silencio en mi cuarto, las conversaciones
de los vecinos acostándose,
todos esos rumores
que recobran de pronto una vida
y un significado propio, misterioso.Y he pensado en los miles de seres humanos,
hombres y mujeres que en este mismo instante,
con el primer escalofrío,
han vuelto a preguntarse por sus preocupaciones,
por su fatiga anticipada,
por su ansiedad para este invierno.Mientras que afuera llueve.
Por todo el litoral de Cataluña llueve
con verdadera crueldad, con humo y nubes bajas,
ennegreciendo muros,
goteando fábricas, filtrándose
en los talleres mal iluminados.
Y el agua arrastra hacia la mar semillas
incipientes, mezcladas en el barro,
árboles, zapatos cojos, utensilios
abandonados y revuelto todo
con las primeras letras protestadas.
- “Serán ceniza…” en A modo de esperanza (1955), de José Ángel Valente
Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.
Referencias
- Carbajo, F. G. (2013). Movimientos y épocas literarias. Editorial UNED.
- López Pasarín Basabe, A. (2006). La poesía de la generación española del 50. Cuadernos CANELA: Revista anual de Literatura, Pensamiento e Historia, Metodología de la Enseñanza del Español como Lengua Extranjera y Lingüística de la Confederación Académica Nipona, Española y Latinoamericana, (18), 27-43.
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